sendero
Los cascos de la yegua resonaron con eco en el empedrado del pueblo. Parecía que todos dormían la siesta. Había señales de un pasado esplendoroso: figuras talladas en las ventanas de cedro, con el vidrio astillado. Huellas de la opulencia que se negaba a desaparecer. La maleza crecía en los jardines, las trepadoras subían por las paredes de piedra. En los tejados, como urracas centinelas, se balanceaba los helechos. La iglesia majestuosa. El pueblo fue paso obligado de los mercaderes de la vainilla. Cuando los precios bajaron llegó la penuria. Los pudientes se llevaron su dinero, dejaron sus casas y se hospedaron en la capital. Se quedaron los viejos los enfermos de amor a la tierra. Otros huyeron porque tienen fuga en la sangre y la mayoría para no morir de hambre.
Hoy leo que habrá una feria de globos en un pueblo mágico. Aún huele a vainilla. Renació el lustre de las casas, la sonrisa de los niños y los que se fueron estarán en algún cementerio de la capital.

Gracias por llevarlo a tu Blog. Abrazo grande.
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