sendero
Vivo en Atenas, mi casa a la par de la mejor. A mis fiestas llegan senadores, comerciantes o extranjeros. Puedo convivir con ellos y platicar de cualquier tema sin que sea menospreciada, ni por el mismo Sofocles. Por supuesto me iré con el que deposite a mis arcas cientos de dracmas. Terminado mi trabajo vago por las calles de Atenas y voy con un hombre. Me gustan sus manos ásperas, aradas por el golpe a golpe. Ese contraste entre la callosidad de la mano y la tersura de mis caderas. Estoy exhausta, satisfecha con el varón al que le pago por sus servicios generosamente.
