Sendero
En la cantina había una mesera rodeada siempre de clientes. esa tarde estaba sola y la Invité. Departimos con cervezas y una botana de quesos. Me juntaba cada vez más y por debajo de la mesa, acaricié la pierna. A veces llegaba un cliente, en cuanto se desocupaba venía a mi lado. Sin presionar ella ponía su palma en mi pierna. Más osado subí mis dedos hacia su ingle y me sorprendí al sentirle una dureza; en ese momento pagué la cuenta y salí. Los cuatro maestros, con los que departía, se reían. Un silencio dio paso a una pregunta: ¿le creen a este cabrón? —Besotes que le ha de haber dado —Bien apañada, metiendo mano. — Hasta imagino que la lengua de ella se colaba por el diente que te falta. Otro de ellos, sacó la lengua y la dobló en forma de taco. Reían hasta ahogarse. El profesor era de tez blanca, pero en en ese instante, parecía tener rubeola. Pretextando un compromiso, se fue, llevándose a su mujer que le preguntaba ¿y de qué se reían tanto?