Sendero
La tabla que llega húmeda y olorosa. La acarician los artesanos con la mirada, la miden, la trazan, y con delicadeza la hacen reposar en donde el viento, la sombra y el sol se alternen. La compran recién aserrada. Las acomodan en pilas y entre verán pequeñas calzas para que el viento pase. Al tiempo, desaparece la humedad y queda el aroma dulce. Los ebanistas con el ojo afinado la delinean y saben dónde pasar la garlopa, así las piezas medirán lo mismo, tanto por el lomo como por la panza. Ellos transforman el vacío. Cuando terminan, la casa respira, exhala el tiempo y el dulce del aroma. Luego vendrá el café, el crepitar del fogón y la mujer.
