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Lo prohibido
Sendero
Cada encuentro para ambos era la última. Recogíamos las prendas tiradas sobre la alfombra. Ya vestido tomaba tus hombros y decía pegado a tu oído: “esto ya no sucederá”, al tiempo que te ofrecía una caricia en tu mejilla y eso bastaba para encendernos y dejar de nuevo las ropas desperdigadas. ¡Todo se resolvió, el día que decapitamos el arrepentimiento!