Sendero
llueve, es media noche, los limpiadores a punto de rendirse. oía dentro: busca donde refugiarte, busca, busca. “metete a la derecha, hay un viejo pueblo minero” diez minutos después se encontraba en el sitio. Encontró a esas horas una señora que vendía café y antojitos. “son garnachas” pidió café y una orden que comió con gula. Miró la calle, las casas, y si pudo apreciarlas fue gracias al relampagueo. <La gente duerme, por eso no se ven luces>. “Tengo atole” ¿eso qué es? una bebida hecha de maíz azul, endulzada con panela y si desea agregarle pinole, es una delicia. Eso dice mi mamá, que a todo le echa pinole. La vio de reojo y por lo menos tenía sus ochenta años. ¿Vive su madre? No ya no, ella ya es difunta, pero cuando me distraigo el pinole desaparece, pero como conozco donde lo esconde, fácilmente lo encuentro. ¡Qué ricas están las… garnachas! Sí, este pueblo durante muchos años vivió de los camioneros hambrientos, pero hicieron la autopista y el pueblo se murió de hambre. Imagínese que algunos ya no alcanzaron a irse, solo se fueron secando con sus recuerdos y el que quedaba vivo lo echaba al fondo de algún pozo minero. Yo quedé en el que se encuentra frente a la iglesia, fui de las afortunadas. El sujeto grito para dentro: ¿A dónde madres me has traído” ¿Que dice señor? nada, nada, ¿está arrepentido de haber llegado? no se preocupe ya se acostumbrará, todos los que han llegado por aquí, les cuesta trabajo…