Sendero
Divisé la cara de asombro de un niño que veía un pájaro verde limón. El ave se había posado sobre los hilos retorcidos de la protección del ventanal. Tomé la cámara, puse el zoom y pude ver en los ojos del niño el cuerpo del alado. Parecía el pájaro tener una mirada suplicante, o quizá veía lo que no era. En el reflejo del cristal había otra toma que daba la impresión de ver a dos amigos que charlaban del sol cotidiano y de las flores que se desprenden del limonero. Los minutos tan largos como las horas se sucedían y ellos seguían, el pájaro brincoteando y el niño con los brazos a veces arriba, otras abajo. Si decía, no lo escuchaba, pero el tono de aquella reunión marcaba el inicio de una amistad que dejaba la impresión que los limites no existen, que las barreras son vanas y egoístas formas que el adulto ha manipulado para su beneficio.