Uruguayo
Algunos cazan conejos persiguiéndolos sin tregua, a caballo, despiadadamente, dentro y fuera del bosque; en polvorientas carreteras, en praderas enormes, trepando incluso a pedregosas montañas. Cuando el conejo se detiene, loco de fatiga, le destrozan el cráneo con un golpe certero de garrote. Luego se lo comen, crudo y hasta con pelos. Yo estoy condenado genéticamente a otros procedimientos. Tejo laboriosamente durante varios meses una enorme y casi invisible tela como de araña, y luego me siento a esperar, un poco oculto entre el follaje. A veces pasan otros tantos meses antes de que aparezca un conejo en los alrededores, y a veces otros tantos más para que el conejo caiga en mi tela. Mientras tanto atrapo sin querer moscas y mosquitos, moscardones, avispas, ratones, culebras, mulitas, caballos, pájaros, jirafas y monstruos marinos. Me fatiga mucho despegarlos y recomponer la tela donde ha sido dañada. Es un trabajo agotador y la vigilia es constante. Me destrozo los nervios en esta tensa y eterna espera. Tengo las mandíbulas apretadas, me caigo de sueño, y mis sentidos se agudizan y exasperan en alerta constante. Mi forma de cazar conejos, y no tengo otra, es lo que me ha transformado en un loco.

Comenzó a publicar a fines de la década de los 60, escribió novela y relato, aunque su última obra se centra en lo que denominó novelas pero que son más bien un género propio, a caballo entre el ensayo, el relato y las memorias.
Levrero generó un creciente grupo de seguidores que lo tuvieron como autor de culto, tanto en Uruguay como en Argentina, pero nunca alcanzó grandes reconocimientos públicos, salvo una beca Guggenheim en el año 2000, que le permitió dedicarse a la redacción de La novela luminosa. Este diario-relato y su antecesor El discurso vacío son consideradas sus obras maestras. El estilo literario de Levrero cae dentro de lo que una crítica de Ángel Rama denomina el grupo de “los raros”, una corriente típicamente uruguaya de autores que no pueden encasillarse dentro de ninguna corriente reconocible, aunque tienden a una especie de surrealismo leve. Felisberto Hernández, Armonía Somers, José Pedro Díaz, y el propio Levrero son los nombres principales de esta corriente.
Murió el 30 de agosto de 2004.