«O dispara usted o disparo yo», antología de Lilian Elphick
Rafael Fernández
Eficiente
La nota se viralizó rápidamente en las redes sociales: Lolo, el
enfermero, había sido absuelto.
Lolo —en realidad Lorenzo Lomelí, el enfermero del penal—
fue juzgado por haber matado a un recluso. El interno había llegado a
la enfermería inconsciente tras un intento de suicidio. Mientras el reo
luchaba por su vida, Lomelí inclinó la balanza hacia el lado oscuro.
Aunque en un principio, el criminal, trató de ocultar su
responsabilidad; cuando las pruebas lo pusieron en situación difícil,
terminó confesando.
Dijo que el preso había intentado acabar con su vida porque
estaba sentenciado a purgar una pena de 25 años. Explicó que ese
castigo le había sido asignado por intento de homicidio: había tratado
matarse a sí mismo.
Si lo hubiera salvado -razonó el apodado Lolo- su condena
hubiera aumentado, como consecuencia del segundo intento de
homicidio. Esto, sin duda, lo habría llevado a intentar de nuevo el
suicidio; tentativa que de no resultar exitosa, hubiera incrementado la
pena.
En suma -recapituló el recién absuelto- se generaría una serie de
intentos de suicidio, que ocasionarían costos al ayuntamiento y que
necesariamente resultaría exitosa en algún momento.
Lo único que hice fue ahorrar tiempo y dinero, concluyó.
Rafael Fernández. Nació el 17 de junio de 1951 en el Distrito
Federal. Es Doctor en ingeniería por el Instituto Politécnico de
Toulouse, Francia. Es autor del libro de cuentos Eros y Tánatos. Ha sido
antologado en Minificcionistas de El cuento. Revista de imaginación. Es autor
de varios libros de divulgación de la ciencia, el más reciente Derrotar a
la ignorancia como en el juego del maratón. Es creador y guionista del cómic
de divulgación de la ciencia: Dime abuelita por qué. Actualmente prepara
la edición de una colección de minirrelatos de base científica. Blog.
Azucena Franco
Muerte por amor
Desde pequeño tuvo un amor muy especial por Nadia, unos
cuatro años menor, jugaba con ella, le tenía paciencia, hacia rabietas, él
aguantaba. Cuando fue alguna vez a recogerla a la escuela, de lejos
estaba pendiente de lo que ocurriera, quién se le acercaba, quién le
hablaba. Ya adolescente, una tarde Nadia sola en la casa, a escondidas,
bebía licores de su padre, quería conocer una borrachera, según sus
planes estaría sola hasta el otro día. Él llegó por casualidad, en vez de
montar en cólera, como Nadia esperaría, le hizo gracia el hecho y
empezó a tomar con ella. Pasó un buen rato, oían música, bebían, ella
le contaba de sus amigas, lloró cuando recordó que Gloria no la invitó
a su fiesta. Luego nuevamente se puso contenta, en tanto él tomaba
mucho más fuerte. De pronto Nadia se aproximó, lo besó
apasionadamente, él se entumeció, después de la sorpresa, la rechazó
aventándola, ella nuevamente se acercó, al fin él respondió. Después de
los besos, vinieron las caricias, ahí en la sala, sin palabras, a medio
vestir, tuvieron furibundo sexo, se quedaron dormidos luego. Un par
de horas más tarde, Nadia reaccionó, un escalofrío recorría su piel,
náuseas, temor, el estómago revuelto, se dio cuenta horrorizada de lo
que había pasado. Fue al clóset donde el padre escondía el arma, la
tomó, sin pensar más nada, a sus catorce años y a poca distancia,
descargó varios tiros sobre su hermano.
Azucena Franco. Mexicana,
es Maestra en Letras
Latinoamericanas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; es
coautora de MicroBerlín. De minificciones y microrrelatos, ¡Nocauts!
Microrrelato internacional de boxeo, Imaginarios de papel, la edición mexicana
de ¡Basta! Cien mujeres contra violencia de género y otros textos, asimismo ha
publicado en diversas revistas y blogs literarios; ha presentado
ponencias en congresos nacionales e internacionales de minificción.
