Crucero
Para Beto Gómez, mimo
Era maestro en el arte de comunicarse sin palabras. En noventa segundos, los automovilistas veían transcurrir ante ellos escenas tomadas de la vida misma. La actuación terminaba cuando el mimo recogía del piso una mochila inexistente, decía adiós al público imaginario y echaba a andar por un camino que iba construyendo a cada paso, seguido por la verde mirada del semáforo.
Vacaciones de verano
—No hace mucho, yo era un niño que jugaba en el atrio de la iglesia del pueblo. Las amplias jardineras servían de campos de futbol o de coliseo donde dirimíamos nuestras diferencias a golpes. De las imágenes que mi mente conserva, destacan unas donde estoy sentado en la horqueta de un fresno. Abajo, junto a la calzada, mis amigos patean una pelota. De pronto, alguien señala a una lagartija que sube a toda velocidad por el tronco del árbol. Antes de que yo pueda hacer nada por apartarme, el reptil entra en una manga de mi pantalón. Mezcla de horror y repugnancia, chillo y me contorsiono hasta que el bicho cae al piso. «¡Te ha mordido un nahual!», me dice una mujer vestida de luto al pie del fresno; en su voz tortuosa advierto una sentencia. Creo que así fue como me convertí en lagartija. —Ay, mi amor, en realidad eres una vieja cámara fotográfica en desuso. Las imágenes que me describes se quedaron grabadas entre tu juego de espejos y el obturador.
