Tomado del Microdecamerón
De verdad, esto fue lo que pasó: en el pueblo nos gustaba embromar a Bartolo, porque era tan inocente como un niño dentro del cuerpo de un hombre, y todo se lo creía. Sabíamos que estaba enamorado en secreto de Clarita, por eso le dijimos que en el río había piedras mágicas que hacían invisible a quien las llevara en la bolsa. Así vas a poder darle un beso sin que se dé cuenta, rematamos; él bajó corriendo al río y nosotros lo seguimos muertos de risa. Se guardó piedras negras en todos lados: en los bolsillos del pantalón, de la chaqueta, en la riñonera vieja que siempre llevaba y subió al pueblo con las piedras haciéndole racrac rac.
Cuando pasaba frente a los vecinos y nadie lo miraba –porque nos habíamos puesto todos de acuerdo – sonreía feliz. Por fin llegó a la casa de Clarita, entró al zaguán y viéndola ahí le dio un beso en la boca. Nosotros esperamos la reacción: una cachetada, un empujón, por lo menos un insulto, pero ella se abrazó fuerte a Bartolo, le dio otro beso y se esfumaron los dos en el aire, volviéndose invisibles a nuestros ojos y dejando en el suelo este montoncito de piedras negras, que ve usted ahí.