Tema la séptima jornada
Máquinas de placer
Karla Barajas
Cuando sentía que su pareja era distante, o que quizá a otras
mujeres, ella le recordaba con tono irónico que era reemplazable.
Luego de divorciarse, llevó a su casa a un nuevo objeto de pasión
que además de hermoso, era trabajador y cuando la escuchaba la
veía a los ojos, respondiendo justo lo que ella quería oír.
La máquina era poseedora de un gozo inagotable, tanto
como su energía. Incluso en las madrugadas, cuando ella se ponía
a llorar la abrazaba y ella colocaba la cabeza en su duro pecho,
donde no había corazón, pero sí latido. Ella ahogaba los suspiros,
porque ni siquiera el autómata más servil del mercado pudo
borrarle el amor por los humanos.
