Rubén García García
Cerraron el bar y se quedaron con ganas. Siguieron las vías del tren y encontraron una cantina abierta. Pidieron cerveza. Tarros, espumosa, fría y oscura.
—No escuchas como si el bar estuviese lleno de gente y todos en la plática.
—Apenas distingo las mesas. Mejor digamos salud.
—Se oyen muchas voces le dice al cantinero.
—No se preocupe. Debajo de la construcción pasa un río subterráneo y afuera los trenes van y vienen.
Salieron con el tanque lleno, zigzagueando y cada quien cantando a su manera. Al cruzar la vía, de la nada, se encontraron con el expreso de medianoche… Se levantaron con sed y regresaron a la cantina. A la misma, solo con la diferencia que ahora si se apreciaba el ambiente: pláticas, algunas discusiones, una guitarra, un trovador y el olor a tabaco.
Abajo, un barquero cobrando por subir al bote y llevarlos a la otra orilla del río Aquaronte.
