de Norah Scarpa Filsinger
Siempre hay un tipo que sospecha de su mujer y eso no está mal,
se dijo. Pero esta vez fue la mujer la que sospechó del tipo. Y no se
quedó en el molde. No era lo suyo, pero… la bronca es grande… y la
paga también. Lo que no entendía era el apuro, los términos eran
precisos. Suspiró. Y ahora basta de dilaciones, se alentó. Lo más
sencillo, pero… veneno no quiere, está la autopsia. Recapacitó. El
método era lo esencial. Planeó el hecho con meticulosidad científica.
El tiempo, casi la clave. Lo acechó durante tres noches. Ahí estaba. Se
puso la gabardina gris y entró en el momento preciso. Esta vez sí. Pero
no.
El miserable ya estaba muerto.
