Suelo despertar con el canto de los mirlos. Este pájaro, como si fuera un contratenor, enlaza estrofa tras estrofa, breves y variadas. Tiene un tono melancólico. Es un pájaro madrugador. Él más que yo, que me dejo llevar indolente entre los últimos resquicios de los sueños. Este constante canto me relaja, siempre lo ha hecho, aunque ahora lo necesito más, en estos momentos en que es tan necesaria la paz. Ahora que confinarse supone encerrarse consigo mismo. En ese silencio interno mientras nos escuchamos el pulso, el bombeo del corazón. Imaginamos la sangre haciendo el circuito por nuestro cuerpo, las neuronas emitiendo chispazos en nuestro cerebro cuando leemos, cuando escuchamos las noticias, las tranquilizadoras, que son mínimas, o las extremistas, los gritos y las alarmas. El miedo, siempre a las puertas de la mente. Lo más difícil es escuchar la mudez de los pensamientos. Es, entonces, cuando pienso en un mirlo blanco.
