Siempre que le solicitaban un bis, el renombrado violinista húngaro tocaba aquella melodía entre lastimera y quebradiza que nadie había escuchado antes, ni siquiera los melómanos más empedernidos. De nada servía preguntarle el título de esta obra, que inexorablemente clausuraba sus conciertos, siempre fuera de programa. Fue a veinte años de su muerte cuando un joven musicólogo —como él, húngaro— cayó en la cuenta de que el bis tan intrigante no era sino el himno de su país, interpretado a la inversa (igual que un mapa reflejado boca abajo en un espejo) nota por nota, de atrás para
adelante y en tiempo de adagio.
Micros argentinos, edición de clara Obligado.