El más tranquilo de los hombres, en el bar me consultan. Soy juicioso, por cierto. Acuclillado en el cajón de lustrador miro pasar la gente. O lustro. Conozco los zapatos de mis parroquianos.
«Estoy a mano con la vida», digo.
Ellos me admiran. Estoy a mano, es cierto.
A mi hijo —único— puse un nombre pensado. El del abuelo, el mío, y el que decía la verdad en tercer sitio. Carlos Fidel Deseado. Apellido, González. Pude costearle los estudios, escuela, colegio, medicina. Se recibió a los veintidós. Lo celebramos con asado. No faltó ni un vecino. Aquella noche lo mató un tranvía. Veintidós, ya lo dije.
Tardé treinta y seis años en vengarlo. Veneno. Uno por uno hasta llegar a veintidós. ¿Quién iba a sospechar? La nieta de mi hermana completó la cuenta.
Estoy a mano con la vida, es cierto. En calma, miro pasar la gente. Los mozos me consultan. Soy juicioso. Doy consejos, el corazón frío.