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El último wisqui
La plática en el club, se hizo privada, sólo quedamos él y yo. Un recién egresado, y un viejo lobo de los quirófanos. En ocasiones habíamos transitado por los corredores del hospital, no era su íntimo, pues mediaba una clase social, una buena pila de años. Tal vez por los whiskies ingeridos, la soledad, el deseo de ser escuchado. No lo sé, después de que cada galeno habló sobre sus pacientes, sus errores, virtudes diagnósticas, sólo quedamos no más de cinco. Dos de ellos hablaron de anécdotas picantes, en lo que no habían participado ellos, y él, de vez en cuando decía “Sí, me lo contó el primo de una amiga.” después de la media noche, dijo, “me acompaña con la caminera” asentí con la cabeza, alcé mi copa y le dije salud.
¡Ah mis colegas!, son unas blancas palomitas. Debajo de la piel de un médico se esconden secretos complicados.
—¡Usted tiene uno?
—Tengo muchos, cómo los que un día tú tendrás.
De joven trabajaba como médico en una institución que ofrecía servicios de seguridad social y nuestros pacientes provenían de una clase social elevada. Un día, casi para terminar la consulta tocaron a la puerta. Era una prima. Pensé en aquel momento que quizá al ver mi nombre sobre la puerta, se había detenido a saludarme, gran sorpresa, pues estrictamente hablando, ella llegó en calidad de paciente.
Una prima con la que no convivía, tenía una gemela. Me confundía con ellas. La recibí con agrado. Era una mujer que demandaba atención. Así que inicié la entrevista. Ella tenía la piel y el color de una aceituna, un blanco moreno con grandes ojos y profundas y largas cejas. ¿Qué me contestaría?, ¿qué dijo? no recuerdo. Algo, algo mencionó… algo pasó, que hizo que detonase mi deseo. El rostro de ella olía a complicidad. Arreglamos una cita. Cuando contactamos, en vez de irnos a un café, convenimos con los ojos, que no era saludable un lugar público. Fuimos a un motel.
Ambos sabíamos, lo hicimos y nos comportamos como cualquier pareja, o mejor dicho como pocas parejas. Pues lo prohibido motivó a que el deseo se fuese a la cúspide. Ella poseía un cuerpo formado, duro, gatuno, cuando sus piernas estaban a un lado de mi torso, o bien cuando ella me aprisionaba, decía » no sabes cuantas noches soñé que me tenías así y ahora que lo hago, pienso que es un sueño.
Estaríamos como tres horas y el descanso sólo era breve, así que dejamos de hacerlo, cuando el roce de nuestros sexos despertaba más dolor que placer. Ella se fue por un lado y yo por el otro. No hubo una segunda vez.
—¿Supo usted quién de las dos fue?
—No. Y cuando en una ocasión conviví con ellas, al verlas, no me atreví a investigar y preferí defender el recuerdo del lunar morocho alunado en su nalga izquierda.