EL DIARIO

Aquel sótano de vidrios plomizos olía a vejez. Llegué a él por una venta anual de libros de segunda. Había largas mesas y encima libros y libros. Hasta mis manos llegaron unas hojas sueltas y por reflejo empecé a leer. Hablaba de amor y me interesó, pues atravesaba por una viudez que mitigaba con prolongadas caminatas. Seguí y no pude evitar decírmelo en voz alta:

“Llegué un día de invierno y pasamos tiempos finitos platicando sin llegar al cansancio. Fue tal nuestro afecto, que se convirtió en rutina, si no aparecías, me preguntaba: ¿le habrá pasado algo? Nos conocimos tan a fondo que parecíamos dedos de la misma mano. Un día me invitaste a tu casa. Después del viaje, me instalé en tu hogar, al lado de la familia. Nuestras vidas se hicieron reales, caminamos por las calles, fuimos a reuniones sociales, por la noche alargábamos el tiempo. En la mañana hacíamos el desayuno, como dos conocidos de años. Tú en pijama yo en camiseta. Una noche nos acostamos y la vida nos hizo vivir lo que nunca sucedió en los sueños. Regresé y meses después llegaste tú. Dejé todo por estar a tu lado. Entre paisajes nos unimos y sobre la arena, el mar y la sabana dejamos de ser dos. Hoy no estás, y tú evitas cualquier roce  que te haga recordar lo que vivimos. Yo callo, comprendo que nada bien nos hace seguir montados en un viento que no existe, sin embargo, el recuerdo es faro y me ilumina para continuar en los quehaceres de  la vida. Estoy dispuesto a no verter una palabra que nos relacione como una persona. Pero una parte mía quedará dentro: viva y muda. Y cuando nos veamos  en la plaza central, bajo la sombra de los pinos, la penumbra cobije mi ansiedad, mientras sonrío por el gusto de verte nuevamente”.

Con insistencia rebusqué en el tiradero de libros, el completo de aquellas memorias, pero no encontré el resto. Decepcionado me retiré. ¡Ah el parque!, ¡los árboles! Y sobre la parte más frondosa, una mujer de botas, pantalones y pequeños aretes colisionó conmigo. Ella ruborizada, se disculpó y siguió su carrera para reunirse con sus hijos.
Yo cerré los ojos y la vi perderse entre el gentío.

4 Comentarios

  1. annefatosme dice:

    rub, llego tarde, discúlpame estaba de viaje.
    Un escrito precioso! Me ha encantado este fragmento de diario, un canto al amor, encontrado por azar en una libreria de viejo…y que por un momento se materializa.
    Me ha encantado. Un abrazo querido escritor, Anne.

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  2. rubengarcia dice:

    Nunca tarde y siempre bienvenida. Celebro conmigo de que te haya gustado. Es cierto, es algo dulzón, como el amor…. gracias por compartir

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  3. mariarosa dice:

    Me gustó.

    Unas hojas sueltas que cuentan lo justo, lo demás podemos imaginarlo, un reencuentro o no, diriamos: relato con final abierto.

    Un beso.

    mariarosa

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    1. rubengarcia dice:

      Querida amiga, siempre es un gusto leer tus acedrtado comentaios, gracias por llegar. Un beso Rub

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