Velando a Hector Cárdenas

Frente a la casa donde lo despedimos, había unas piedras enormes; abajo el río corría chapoteando; el cielo tenía nubes grises y el sol convulsionaba ofreciendo un brillo de oro sucio.
A mitad del río, un pelícano pescaba y en fila, las garzas inmóviles parecían meditar. Las gaviotas pasaban de un lado a otro aleteando jirones de la noche. El agua con su bamboleo rayaba las orillas, y cuando la lancha rauda rompía la continuidad del manto, el silencio se refugiaba entre las zancas de las aves.
El hombre muerto oía los rezos, pero poco caso les hacía; sólo se veía el reflejo de su silueta en el río cazando los últimos coágulos de luz.

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