Hk de Rubén García , observaciones de Gonzalo D. Marquina

El mango —fruta dulce, jugosa, asociada al verano y a la infancia en muchas culturas— funciona aquí como símbolo de plenitud y de madurez natural. El uso de la onomatopeya, detalle aparentemente pequeño, transforma la escena en algo casi mágico. El haiku no nos dice qué produce ese sonido —puede ser el caer de los mangos maduros al agua, o simplemente gotas, peces, hojas— pero el efecto es el mismo: una banda sonora sutil, rítmica, que acompaña al caminante. Hay una sensación de infancia, de lentitud, de tardes largas donde el tiempo no apremia y los detalles se vuelven milagros.
