Sendero
La casona de la abuela por Rubén García García
«¡Nada! No dejaré nada que lo haga imaginar que hay en la habitación una respiración diferente a la mía».
El teléfono repiquetea. Es él. Su timbre melódico suena a inocencia fingida. Respiro hondo y contesto.
—¿Qué estás haciendo, amada mía?
—Voy a preparar la receta de tu abuelita —respondo, ahogando el temblor en mi voz.
Cuelga sin más. Yo sigo con lo mío. Afilo tijeras, navajas, cuchillos, agujas de tejer. Anoche, en una discusión banal, vi en sus ojos un brillo de maldad. Todo tiene su sitio en la casona.
Resuenan mis tacones y las losetas del sótano están flojas. Él debe saberlo. Pero no sabe que yo lo sé. Cuando se abra su juego, no seré yo quien tiemble.

