sendero
—¿Qué tal las enchiladas de la fonda?
—Mejor estaban las de mamá. —El niño esbozó una sonrisa fugaz, como si por un instante volviera a sentir el aroma de aquellas enchiladas y escuchara su voz: ¿Quieres otra?
—Ya vendrá. Fue a ver a su abuela, que está enferma. —El padre habló sin convicción, evitando mirarlo. El niño frunció el ceño. Ni siquiera se había dado cuenta de cuándo se había ido, y eso que su sueño era ligero.
—De eso ya tiene un mes y no viene.
—Ya vendrá, ten paciencia. El fin de semana nos vamos a buscarla.
—Eso me dijiste hace ocho días, y te fuiste con el «Mastique» a la cantina. —El niño lo miró fijamente, sus palabras tenían una mezcla de enojo y tristeza—. Algo le hiciste a mamá para que ya no quiera volver.
—Tu papá es incapaz de hacerle daño.
—No mientas —replicó el niño, apretando los puños—. Yo vi cómo le pegaste en la panza.
El padre desvió la mirada hacia la ventana, como si lo que viera fuera más importante que las palabras de su hijo. Respiró hondo, pero no dijo nada. El silencio entre ellos pesaba más que cualquier golpe.

