La partida de dominó por Rubén García García.

Sendero

La tarde se envuelve en una niebla más densa de lo que recuerdo. En la calle del pueblo, las personas se desdibujan como si fueran de papel. Hace una hora, vislumbré a un tío fallecido con quien solía jugar dominó por las noches. Pensé que había sido una ilusión, pero detrás de mí, escuché su voz diciendo: «Te espero en el taller. Abriremos la garrafa de caña que curamos con nanche hace diez años».
Seguí mi camino hacia el rancho y me entretuve deshierbando la milpa. De regreso, recordé la voz y me dije: «A ver si tienes los suficientes huevitos para ir al taller del tío, ¡ja! ¡Claro que iré! A mí nada me espanta». El taller estaba cerrado, pero sabía cómo destrabar la puerta.
Noté que mi mano temblaba y mi corazón me retumbaba en la panza. Al entrar, un quinqué apenas iluminaba la oscuridad. Desde el fondo, la voz de mi tío dijo: «Pensábamos que te habías arrepentido. Mira, aquí está Tencho, tu compañero de juego. Decía que el dominó no era lo mismo sin ti, y a él le debes estar aquí con nosotros. Siéntate, que la garrafa te esperaba para ser abierta y brindar por tu llegada». Tarde, pero comprendí.

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