sendero
En la plática por la red, ella era hábil y osada, capaz de dialogar a espaldas de los suyos sin que lo notaran. Me transportaba por su ciudad, me llevaba por cada rincón de su casa y, pícara, decía: «Por si vienes de noche, ya saben cómo entrar». La residencia era un laberinto añejo, con secretos que solo ella conoce.A veces se quedaba en pausa. Sabía que eso significaba peligro: alguien rondaba su espalda. «No te vayas, fuego vengo», escritura. Eran palabras clave. Si decía: «Ve a la cocina y prepárate algún bocadillo, a un lado están las gaseosas», yo entendía que tardeía más tiempo.Pronto encontramos la mejor hora para evitar interrupciones. Si ella no aparece, me inquietaba. Si yo faltaba, pensaba lo peor.Un día nos acostamos virtualmente. «Cuando te leo, siento que tus palabras me recorren y me estremezco. Nunca había experimentado la piel de gallina. Contigo super lo que era».Amarnos sobre las hojas de hierba fue irreal, un sueño, un imposible. Un tiempo, lo entendimos.

