El gato por Rubén García García

Sendero

En el enorme hospital notaron la presencia de un gato blanco con una estrella negra en la frente. Por la noche, el gato entraba en alguna habitación y, horas o días después, el enfermo fallecía. Lo miraban con respeto, lo mimaban y le ofrecían lo mejor del menú. Cuando se encaramaba sobre una vitrina, con la cabeza inmóvil y la mirada fija hacia arriba, no tardaron en compararlo con un pequeño dios.

El hospital parecía un cuartel. Por las mañanas, la visita era un trámite llevadero hasta que llegaba «el general». En cuanto aparecía, el silencio se imponía; lo saludaban con más miedo que respeto. Surgía a deshoras, supervisando en medio de la noche con su mirada porcina, ordenando con un “por favor” falso.

Gloria, una enfermera hastiada, decidió ir a su oficina antes del amanecer y entró al anexo donde el pequeño tirano descansaba. Se sentó frente a él.

—¿Qué quiere? —le dijo.

Cuando él comprendió, ella ya se desnudaba. Una hora después, el director dormía como un bebé, y a su lado, el gato blanco con la estrella negra observaba, impasible.

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