Sendero
Casi de noche hablé a mi madre.
Sabía de antemano que su hijo bien amado no le habló por teléfono sabiendo que hoy se le festejaba.
No valían excusas, ni el parto atendido en un rancho lejano. Era mejor pedirle perdón y cubriendo la distancia fui a verla y se hizo la seria. Yo la abrace y cuando sentí el jalón de orejas, me dije que el perdón no tardaría.
Hoy cumpliría noventa y nueve años y solo le pediría que me diera los jalones de orejas que ella quisiera.

