Susurros, minificción por Rubén García García

Sendero

Entrar a una venta de libros de segunda mano siempre me entusiasma. Uno encuentra joyas de la literatura o, entre las páginas, mensajes de puño y letra en los espacios en blanco, cartas debidamente dobladas o mensajes escritos en un breve sobre, incluso boletos de algún evento. Sé que el tiempo se desvanecerá mientras estoy allí. Revoloteo entre montañas de libros. En uno de poemas de una edición de 1930, encontré con letra presurosa una información que intimaba mientras lo leía. Lo transcribo:
«Es tanta timidez o quizás temor. Pero, no soy yo quien tiene que dar el primer paso».
Estaba escrito en la página 15 al lado del poema “Nocturno a Rosario”.
Entró a mi dormitorio como fantasma, ¡por fin! Se sentó en el borde de mi cama y sentí su brazo acariciar mi hombro, empezó a rodear mi cintura. (Por supuesto, yo me hacía la dormida). Se escuchó en la cocina un ruido de trastos y de inmediato se fue.
Entre los poemas de Neruda y García Lorca: «Cuando nos cruzamos en un pasillo, nos rozamos. Su mano de ladrón asalta mi cintura y su aliento cuando se queda en mi cuello me perturba. Una noche oscura, se atrevió a más y yo le apreté la mano, como diciéndole sigue».
La frase estaba entre los versos de Octavio Paz.
«Mañana se irá, solo mi tía, para cuidar a su mamá. Estaré sola.

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