Sorpresa por Rubén García García

Sendero

La tarde se acompaña con la brisa fresca que entra por la ventana de la cocina. El sonido del agua corre, salta y repiquetea en la loza, mientras las manos tallan con esmero la sartén. Afuera, la luz se entrevera entre las hojas del púan. La voz chiflada del esposo la distrae.

—Voy a la platanera, tengo gente trabajando —le dice.

Media hora se hace hasta el centro dental, donde le pondrían su prótesis. Ya no hablaría como si le sacaran el aire a una llanta, con esa voz soplada cada que pronuncia las sssss o las zetas. Fulgencio regresa rápido a su casa y, con pisadas de gato, entra. Su esposa, de espaldas, sigue ocupada en la cocina. Le muerde la oreja y la besa en la nuca. Ella suspira, sonríe y murmura:

—Estate quieto, que no tarda en llegar el chimuelo.

Deja un comentario