En la búsqueda de las pierns perdidas por Rubén García García

Sendero

Me desperté sin piernas, solo dos muñones enrojecidos. Repté hasta la patineta de mi hijo, y apretando los dientes, me lancé a buscarlas. Un chamaco trepó en contra de mi voluntad. Pronto me di cuenta de que era un experto en el manejo y guardé silencio. Revisamos media ciudad, hurgando por calles nunca visitadas. No había rastro de ellas. Desesperado, en un callejón, vimos a un tipo que salía de un circo y tiraba unas piernas al contenedor.

No me encajaban bien, pero tras varios intentos las adapté a mis muñones. Vacilante, di unos pasos. Pronto, caminé con seguridad. Regresé a casa, sin poder darle las gracias al chamaco.

Pasaba por una construcción, los albañiles me silbaron: «¡Qué guapa, mamacita! ¡Qué buen trasero!». Al cruzar frente a un escaparate, me vi. Las piernas venían con sus nalgas, ¡seguro que eran de la asistente del mago! Apreté los puños de coraje y vergüenza.

El niño volvió, esta vez con ojos que no reconocí. «¿Qué tal, caminas bien? ¡Vaya, qué grande se te ve el trasero!». Estallé. «Es mejor no tenerlas, mejor morir, que aguantar las groserías de los albañiles y alguna nalgada de una mano que no sé de dónde salió». El mozalbete, sonriendo, replicó: «No seas bruto, tendrás que hacer ajustes, pero de lo perdido lo que aparezca». De afuera llegaba un viento fresco y la música de los Beatles cantando Hey Jude. A lo lejos, le oí: «No te achiques; a mi hermana le gustan los hombres nalgones. Seguramente no es la única».

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