sendero
Brinca sobre los juncos y trepa al macizo. ella le canta al conejo que vive en la luna. Su tono casi medroso. La serpiente acecha. Las nubes al carbón han cerrado el cielo, se escapa entre la hierba el siseo y un chapoteo diminuto. La soprano insiste al conejo con agudos largos, que el canto es una súplica. No detiene la voz ni la lobreguez del cielo, ni el hedor de las fauces de la sierpe que está a un instante.
El tlacuache, el que robó el fuego a los dioses, en el meandro come víbora en su jugo y el conejo se regodea de la sonata nocturna. La luz retoza entre los juncos.

