Sendero
Estoy en mi velorio, oculto, por las coronas de flores, veía a mis deudos; mi esposa no está entre ellos. Camino por los pasillos de la vetusta casa y del muro, de improviso, salen unas manos que me ahorcan; desesperado intento zafarme tratando de romper el abrazo. Mis dedos rodearon sus nudillos; reconozco la protuberancia del anillo y es el mismo que le regalé, una noche antes, de que la sepultara con su amante.

