Al trote de Rubén García García

Sendero

En silencio trota. Chillidos de aves que llegan desde la zona boscosa de la ciudad. El resplandor de la cruz de la iglesia destaca. Recuerda su cara de niña, la misma que ve en sus hijos. Está cerca del parque central, a una cuadra de la escuela en donde aprendió a leer. Se ve jugando con sus amigas, «¿Qué habrán hecho de su vida?» Reconoce su antigua casa y parece oír la voz de su madre quien la abrigaba en las noches de frío. Se oye el canto de los pájaros, y la brisa del amanecer que toca sus mejillas. Entreve el color rosa de la cordillera y se escucha cantar el himno escolar. Su primer novio, y el único, que aun al evocarlo la estremece. Suspira. El inmenso placer de amarlo con todo.

Sube por la pendiente. La respiración es asmática; el sudor la recorre. Se ve en su departamento. Los años pasan. El esposo vive obseso de su trabajo, apenas si se da cuenta que ella y los hijos existen. Al dar la vuelta, se topa con la mujer que barre, que viste la misma falda. Su escoba es la que cambia; hecha de ramas y con los ojos escrutando el pavimento. Desea darle los buenos días, y solo mueve la mano. Va aclarando el día. Levanta la mirada y divisa los cerros que son puños de laja. Sobre el horizonte el sol se muestra y deja en las paredes del caserío un color tierno. Desde el pensamiento corren los silencios y el desamor de un hombre que se extravió en la vida. Respira profundo, con dificultad y a punto de desfallecer y quedarse a la vera del camino, saca del vientre un impulso más y logra rebasar la loma. Pareciera que corre por inercia. Llega una ventisca tímida con olor de frutas y divisas en la lejanía el bermellón de las montañas. Hay momentos en que pareces no tocar el suelo. En el horizonte una parvada de patos simulan una estela de luz. El día abre con esplendor. y sobre el asfalto corres con más fuerza y abres la zancada como una cabra que salta cruzando el abismo.

Deja un comentario