Sendero
No había nada que decirse, nuestras miradas satisfechas se entendían. Un golpe con tu codo en mis costillas me decía que el camión de la media noche no tardaría en pasar. Afuera la lluvia azotaba a los árboles de pino. Decidí no vestirme, ni mojarme, ni dejar de abrazarla, mañana me iría antes de que llegasen sus padres, pero con el deseo de que me viesen saliendo de su casa. Total, ya era tiempo de que supieran que su hija tenía un amante. Un novio formal con senos pequeños, pero dispuesta a desposarla.

