Sendero
El silbato sonaba a las seis cuarenta y cinco de la mañana. Quince minutos después volvía a pitar y marcaba el inicio de labores de la empresa. Un día no me desperté, e imaginaba que un buque rompía sobre el oleaje de un rio embravecido. El capitán eludía los gigantescos árboles que la tormenta había segado y desviaba la nave para llevarla hacia el río que cruza el patio de la escuela, para que los niños conocieran el barco y al marinero pata de palo. Del entresueño se abría paso la voz de mi madre que me apuraba a que me levantase a desayunar, cuando preparaba las preguntas para entrevistar al capitán y a Pata de palo, el marinero con su cotorro parlanchín.

