Sendero
Anoche llegué con dolor en el cuello y ella, como de recién casados lo hacía, me dijo «¡acuéstate boca abajo!». Preparó sus aceites y pomadas y desde que deslizó su mano sobre mi piel llegó el alivio. Tenía magia en sus manos. «Dobla tu cabeza, lo más que puedas, solo sentirás un piquetito». Efectivamente, solo eso fue lo último que sentí. Ya no más dolor. ¡buena para dar masajes!
Me enterraron en el sótano. Cosa graciosa, en este lugar yo me hacía el muerto para no ser descubierto en el juego de las escondidas.

