Sendero
En los momentos que escribo pareciera que camino sobre un hilo que cruza un abismo; pero la cuerda se balancea y caigo. ¿Sabes? Una vez los duendes me obsequiaron una vara viva. Cada vez que cometía un error, me azotaba. Cuando inicié y cometí el primer abrupto me lanzó al vacío y dijo con gravedad: “Uno más que deja de ser escritor” La miré desde abajo sin odio, sin rencor y le pedí que me permitiera continuar. He subido desde entonces noventa y nueve veces y en esa misma cantidad me ha arrojado.
No la detesto. Es un reto que me inspira a escribir mejor. Gracias a ella mis frases se oyen menos mal.
La última vez, que caminé sobre la cuerda, había recorrido la mitad del precipicio, cuando cometí la imprudencia, y ella, salvaje, me dobló el lomo con un golpe y se río. «¡Cuándo aprenderás!” Lloré de impotencia. Tragué el llanto. Respiré hondo para amortiguar la caída y desde allí, la miré con súplica, pero ella me gritó: “¡Quédate allá! ¡Busca otro oficio! Supe entonces comprender lo que quiso decirme: ¡Sube! ¡Tú puedes!
Cuando cruce el abismo, me dijo: “no es suficiente. ¡apenas empiezas niñato!

