Sendero
| ¡Despiertas! porque hay partes que gritan de tanto estar inmóviles. Recurres a la poca fuerza que te queda en los brazos. El codo se vuelve palanca y te alzas del tronco para moverte cinco miserables centímetros. Es un soplo fresco, que las otras partes del cuerpo te lo agradecen. Duermes, no sabes que tanto, pues el tiempo podrías medirlo por el goteo que cae del frasco de vidrio y llega hasta tu red venosa. Sabes que cuarenta gotas es un minuto, eso escuché de la enfermera, antes de ingresar al quirófano. Se oyen pasos y voces. —¿Cómo está? —Sigue dormido. —¿Ya revisó los frascos de suero, el de la orina y el drenaje de las secreciones? No le quite el ojo al monitor. No te confíes. Algunas veces se ven dormidos y no lo están, ni se hacen. Simplemente se van sin decirle nada a nadie. Son los apresurados. |

