Sendero
Veníamos de una barbacoa en el rancho de Walo, ganadero y terrateniente, cada quien montando su caballo.
—Ahora que venimos solos — yo iba detrás de ellos, y con el viento a mi favor. —me enteré por unos amigos, que por los suyos, le iba quitar la casa a Juan Domingo.
—Yo no lo dije así. El debe el predial y de seguir acumulándose el interés, el municipio reclamaría la propiedad.
—Usted sabe que es mi compadre y que yo respondo por él.
—El problema es que la orden ya se ha girado y se procederá.
—Le aconsejo que no lo haga.
—¿Me está amenazando? Le recuerdo que soy el presidente municipal.
—Eso no es amenaza, es consejo… —sonó un disparo, cerca de mis ojos el fogonazo.
—Me va dejar sordo teniente.
El próximo balazo, le aseguro, que ya no lo escuchará.
En ese lugar se dividían los caminos y cada quien agarró el suyo. Ya los pájaros chisteadores se oían en el enramado.

