El frío del altiplano

Sendero

Eran las tres de la mañana y el frío del altiplano se colaba en la sala de urgencias ginecológicas del hospital. Un fino sudor brotaba de la nariz que hacía resaltar la negritud de sus ojeras. El cabello negro y rizado tenía miles de gotas que fulguraban al ser traspasadas por la luz mercurial. Cada vez que llegaba la ola del cólico se le veía más demacrada.

Mi compañero de guardia estaba arropado con una manta; dormía profundamente. Los cubículos separados por cortinas de plástico le daban al espacio un aroma de yodo, y el tufo de una sangre vieja.

Ella estudiaba para enfermera y hacía sus prácticas en la Cruz Roja. Un domingo nos encontramos en una ciudad vecina, paseamos por el parque y disfrutamos. De regreso en el autobús lo hicimos entre besos y suspiros. Eso fue, no pasó de ahí.

— ¿Eres el único médico aquí?

—Sí.

— ¿No hay nadie más que tú?

—No a esta hora. ¿Por qué no te quieres atender conmigo?

—Me da vergüenza.

— ¿Vergüenza? ¿Por qué?

—Tú sabes… no puedo contártelo a ti, por lo que pasó entre nosotros.

—Por eso, deberías tenerme confianza. ¿Quién mejor que yo para darte atención?

Poco a poco, se fue relajando y platicándome de su enfermedad. Más resignada que conforme, aceptó ayuda de una auxiliar quien la llevó al baño y la ayudó a despojarse de su ropa. La situó en la mesa para que pudiera explorarla.

Mientras me quitaba el guante, pensé en la relación que tuve con ella y en la que recién había terminado. Era la misma persona, pero los momentos eran tan opuestos ¡Qué lejos estaba la penumbra del camión! Su respiración resbalaba del oído a mi nuca produciéndome una excitación que trasponía fronteras y nos llevó a recovecos de placer. No recuerdo qué nos detuvo, y nos despedimos. En cambio, en esta madrugada, mis manos buscaban en cada parte de su anatomía la razón de su sangrado. ¡Había que contener la hemorragia! El jefe de la guardia estuvo de acuerdo con mi diagnóstico y se le intervino de urgencia.

Por un momento, quedamos solos, miró con ojos lejanos. Me dio un abrazo débil y un beso en la boca, escondió su cara en mi hombro y sentí la humedad de sus lágrimas.

—Por si no te vuelvo a ver —me dijo.

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