La duda texto numero dos de Rubén García García

Después de escucharlo me sosegué. Qué no soy mayor de edad, qué soy una niñata, qué me dejé llevar por la pasión. La decisión la tomé yo. Yo fui quien se lo pidió. En el baño de niñas había una palabra que nunca le encontré sentido. Estaba escondida la palabra «cógeme». Posteriormente lo supe, pero era una palabra vana, sin peso. Hace dos meses tuve que decirla apremiada por mi deseo. Me explotó como un flash y tomé conciencia de todo el significado.

Me ha dicho al oído que quiere bañarse conmigo y me sonrojo. Le digo que sí, pero seré yo quien lo bañe y él a su vez lo hará en reciprocidad. Hace diez, once años años llevaba mis muñecos a la tina y chapoteando el agua los fregaba con jabón para luego vestirlos y llevarlos a su cuna.
Los dos estamos desnudos. Con delicadeza talla mi cabello y lo enjuaga. Con la esponja me ha frotado el cuello, los hombros, la espalda y frota mis pechos que responden y se erectan. Soy muy sensible y eso él lo sabe. Confieso que estando dormida con una almohada entre mis piernas me desperté a media noche porque sentí algo raro que me corrió de mi panza hacia las piernas. Le dije a mi mamá, no me hizo caso, solo chasqueó la boca y me contestó que debía de ser un calambre por mis clases de ballet.

Tiempo después me hice novia de un niñato que se me quedaba mirando y recibía de él besos en las manos y el más atrevido en la frente. El más reciente fue un moreno de ojos verdes que pertenecía a un grupo musical. Él me enseñó a besar y a ponerme la piel de gallina cuando alguna vez me acariciaba los senos. Después me exigía que tuviésemos intimidad y lo mandé a volar. Ahora que tengo más vida, quizá hubiese accedido si me hubiese tenido paciencia. Ahora frota mis muslos, temeroso, por encima del vello ensortijado de mi pubis, no se atreve a más. Abro mis piernas y le pido que pase la esponja, lo hace con temor. Le tomo la mano y lo hacemos los dos. Me he dado la vuelta y su mano amplia recorre mis nalgas, abre mi surco y agrega abundante jabón. Llevo su mano e higienizo mi parte anal. La espuma desaparece con la regadera de mano. Me estremezco. Es una mezcla de placer y violación a mi intimidad.
Me agrada que sus manos se deslicen por mi cadera y me diga “que piel tan delicada tienes”. Besa y muerde quedo mis glúteos.
Soy yo quien lo baña, froto su pelo oscuro. Mi cabeza lle ga hasta su nariz. Su espalda es amplia, definida con sus crestas y valles, que contrasta su moreno blanco con el color cobre de su cara y la negritud de sus ojos. Su ombligo es profundo y tiene forma de coma. La cintura es la de un hombre que hace ejercicio. Mientras lo baño él acaricia mi pelo, sus manos me peinan. Le he tomado su pene y a medida que le paso la esponja se ha estirado. Se nota que está haciendo un esfuerzo por evitar la erección. Lo miro y le sonrío como diciéndole no te preocupes. No está circuncidado, así que le bajo el prepucio para hacerle la limpieza. La maestra que nos dio educación sexual nos enseñó a reconocer la piel sana de un miembro. Al subir y bajar el prepucio el aparato creció casi al doble y me sorprendí, que en esa primera vez tuviese dentro de mí, tanto espacio. “te gusta». Y sin hablar me toma de la nuca, en una clara insinuación. (lo rechacé, no por falta de deseos o asco, sino que ya llegaría el momento) Me hice la loca y terminé de bañarlo. Él me toma del mentón y me besa con ternura. Sus manos sobaron mis nalgas y sin secarnos nos fuimos hasta llegar a la cama. Pensé que el sexo era inminente, pero no, solo me abrazo y dejó su miembro entre mis piernas y me aprieta contra su pecho.

El mesero vino a tocarnos y dejó el menú debajo de la puerta. Se levantó y fue a recogerlo, Elástico, alto y con una cicatriz cerca del hombro. Los vellos del pecho y de los brazos lo hacían ver como un oso y me recordé al oso jeremías que dormía conmigo de niña. No sé cómo podía contenerse, solo de bañarlo y verlo mi excitación estaba en niveles ascendentes. Me pregunté si mis atributos no serían capaces de motivarlo. Cuando sentí que sus manos apretaban mis glúteos, yo levanté mi cara e hice que descansaran mis pechos en su cuello, Con eso le decía que ya era el momento de atenderme. Volvió a besarme. “ardo en deseos de hacerte mía” “tambien” le dije. “Pero aún no. Traje preservativos, así no te pongo en riesgo ni de un embarazo, ni de alguna enfermedad”. “Si la tuvieses ya habría sentido alguna molestia”. “Dónde trabajo cada seis meses nos hacen un barrido de laboratorio. Hace dos meses nos ganó el deseo, fuimos un par de bonzos y no nos dimos un lugar para platicar. Hoy quiero que sea diferente. Fui tu primer varón y me complace que te hayas sentido satisfecha. Quiero hacerlo pensando que eres mi mujer y yo tu mujero”. Y me hizo soltar una carcajada. Si bien estaba que me derretía, lo que dijo me hizo sentir respetada.

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