Sendero
A las doce del día los pasillos del mercado se atestaban de gente. De las rancherías aledañas al pueblo llegaban para vender y otros a comprar. Las muchachas se prendían por el color de las telas, o ajuares de belleza. El campesino por un sombrero de palma. El vaquero por los botines de piel, espuelas, o porta navajas. Las señoras iban por chile, semillas, verdura recién cortada; tela para vestido, zapatos, o hilos para costura. El cacique llegaba con su caballo brioso, monturas de plata y oro, vestido para fiesta. Su esposa traía una fina yegua y tras de ellos un séquito de vaqueros. Se instalaban en la casa del presidente municipal donde lo esperaban cerveza en mano los principales del pueblo.
El club de los tragones buscaba los tamales de frijol, calabaza o de carne con chile. Una parte se situaban alrededor de la paila del carnicero esperando los chicharrones a medio cocer, o los que crepitaban en la boca. Yo salivaba por unos envueltos en la hoja del maíz, dentro estaban los sesos aderezados con fino chile verde, epazote y finas especies que la esposa del carnicero sabía y era un secreto que había pasado de generación en generación.
A un lado salían esponjosas las tortillas de maíz y una salsa verde de chile pateado con ajo. Olvidaba el atole de capulín o bien la horchata aderezada con canela. Tres vueltas alrededor del parque y regresaba a esperar alguna urgencia.

