Paco de Rubén García García

Sendero

Cuando escuchaba mis pasos, gritaba «¡Ya llegaste!». Subía y subía hasta llegar a mi hombro. En mi oído, chasqueaba tres veces; esos eran sus besitos.

Era tan pequeño que el zarpazo de cualquier gato sería mortal. Por la noche, lo colocábamos en una jaulita y se metía gritando «¡A dormir, a dormir!».

Una noche llegué y me extrañó no escuchar su grito. Lo encontré con vida en el regazo de mi mujer. Se estaba muriendo.

Vi cómo se abrieron sus pupilas cuando escuchó mi voz. Allí conocí la impotencia. Lo cubrí en mi mano y corrí hacia el automóvil. «¿¡Dónde vas!?» «A buscar un veterinario».

Su gemido me detuvo. Paco, el pequeño periquito, ya no gritaría «¡Ya llegaste!».

Un dolor me torció el cuello y salí al patio a envolver mi noche con la noche.

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