Mejor comprar un perro
Allí estaba, otra vez, al abrir la puerta: fresca y vaporosa, con su inconfundible y penetrante olor a mierda de perro. Un charco de orín daba origen a un arroyito que iba a despeñarse por la escalera. Era la meada de un perro pequeño y no llegaría a la planta baja.
Él se asomó al vacío: la cascada ambarina había goteado y formado un charquito insignificante en el noveno piso, y no iba más allá. Se contuvo de llamar al apartamento 1123 para exigir una explicación, pues recordó que su vecino, a pesar del perro faldero que tenía por mascota, era un tipo alto y musculoso, ¡todo un atleta! En tan desiguales condiciones, no era difícil suponer quién llevaba las de perder.
—Está bien, no hay bronca —dice para sí, pasa la escoba por el excremento que se desmorona y deja sobre el piso unas manchas oscuras y mucosas—. Ah, pero mañana me compro un revólver y un rottweiler.
Dar de comer al hambriento
A tío Chicho se le ve por el mercado con una bolsa de mandado en cada mano. Los dependientes de los puestos lo saludan con familiaridad porque seguro tienen un aparato electrónico o una máquina de escribir que tío Chicho reparó alguna vez, y le ofrecen sus mejores chiles, cilantro, jitomates, cebollas. Como también es administrador de la Unión Ganadera local, eso le asegura a la familia de tío Chicho barbacoa y montalayo de primera; las carnitas y el chicharrón más frescos; los bistecs y las costillas más suaves. Fruta de temporada, jugos de naranja y de zanahoria, tortillas y semitas, dulce de membrillo y gelatinas con rompope completan el mandado.
Es por todo eso que a media mañana los sobrinos, hermanos y cuñadas de tío Chicho se aparecen sorpresivamente por la casa. Entre saludos y bostezos, Lalín sepulta el trozo de barbacoa en sus dos tortillas con salsa pico de gallo. «¡Uta, pica un chingo!», se queja el Gabo Gordo, y pide a Toni que le sirva un vaso de jugo de naranja. A eso de la una de la tarde el lugar comienza a vaciarse. La última en dejar el comedor es tía Trini, que muy seria le dice a su esposo que no deje remojar tanto los trastes, porque se apestan.
—¡Y apúrate a ir al mercado, Chicho, que ya casi es hora de comer!
Sobremesa
El salero es la puta de la mesa, pero no le incomoda el mote. Nunca ha necesitado de sicólogos que lo ayuden a aceptar su circunstancia de ir de mano en mano. «Yo no soy el problema —lo dice desde su condición masculina, porque se escucharía extraño decir la salera—, me acepto cual soy. El conflicto, en todo caso, lo tienen la vajilla y los cubiertos, que apuestan a que un poco de jabón y agua borren sus tres infidelidades diarias».
Se estremece al sentir encima los dos cuerpos desnudos, sudorosos. A pesar del cojín sobrepuesto, el asiento de mimbre adquiere el contorno de las escuetas nalgas masculinas. Tras un breve lapso de indecisión, extiende los brazos engarrotados y prodiga los senos de la joven en caricias y gemidos.
Al fin dejó de ser solo un objeto exánime llamado silla.
Botones
Los hay de formas, tamaños y colores caprichosos, pero ninguno como el botón que se cae de la camisa minutos antes de la boda. Pasado el azoro inicial, agradeces que no haya sido el que mantiene cerrado el cuello, ese terco que gusta de asomar detrás del nudo de la corbata y atraer las miradas en las fotografías. Por fortuna, nunca falta un alma comedida que saque un costurero portátil y repare el daño. No sabes cómo agradecer su buena acción, pero le dices que te da gusto que aún haya personas así. La miras con detenimiento y la reconoces, le preguntas: «¿Dónde estabas?» La mujer se sonroja, suelta la falda de tu camisa que sostenía entre sus manos.
—El botón está otra vez en su sitio —dice.
—Gracias —te enterneces.
A dos años del suicidio de tu esposa, llevas el amor prendido firmemente a un botón de camisa.
El peine
Le sorprendió encontrar el peine de Luis en su bolso. Para no extraviarlo, lo dejó sobre el tocador, junto a las cremas y cepillos que necesita su pelo rizado y abundante. Cada día, al despertar y al acostarse, contemplaba con curiosidad ese objeto masculino encallado en su mundo de mujer. Aunque lo veía responder al coqueteo de los frascos de perfume, excitarse al roce de los labiales o las toallas humectantes, el peine de Luis siempre parecía envuelto en el manto de los desterrados. Enternecida, cómplice, Diana lo llevó una noche hasta su cama y le ofreció el calor de su cuerpo. El peinecito le correspondió acariciando su pubis desnudo.
Ganchos para colgar ropa
Generalmente son delgados y sobrios; de madera, metal o plástico; diseño humano, anatómico, porción superior del torso doblemente cercenado de la Venus de Milo. Los ganchos, amos y señores del clóset, fueron diseñados por Albert J. Parkhouse para mantener intacta la forma de los trajes, camisas y vestidos. Una sola arruga puede ser motivo de feroz disputa; a mi familia le tocó sufrirlo: Tía Julia recibió de su marido una tremenda golpiza porque la raya medial del pantalón, al llegar a la altura de las rodillas y las corvas, se volvía un screwball indómito. Plancha, ganchos, pantalones y el cuerpo de tía Julia terminaron en el basurero que había detrás de su casa.
Cuando fue detenido por la policía, el feminicida dijo haber actuado conforme a derecho. «Si tu pinche vieja no sirve ni para planchar, ¿entonces para qué chingados la quieres?», dijo descaradamente. Por suerte, el longevo juez no concordaba con aquella tesis y le mandó prisión perpetua, pero no alcanzó a cumplir la condena: a mi tío político lo mató el Gancho, un tipo enorme y cruel que ahorcaba a sus víctimas.
De esa época impera en mi familia una ley no escrita, una que prohíbe a sus mujeres planchar la ropa. Demás está mencionar que, para nosotros, vestir con arrugas se ha convertido en sello de distinción.
Ahí estaban, junto a la cama, los zapatos de papá. Los usaba siempre al volver a casa: pregonaban su andar inconfundible. Viejos, eternos, tan suyos. «Si por mí fuera, ya los habría tirado», decía mamá con rastros de melancolía en la voz.
Crecí mirando aquellos zapatos. Cada mañana, al despertar, iba hasta la habitación de mamá a ver si continuaban en su sitio. No perdía oportunidad de meter mis pies y sentir, en sus abismos, un poco de lo que había sido mi padre.
Ayer, cuando mamá escuchó el sonido fantasmal de pasos acercándose desde el pasado, se sobresaltó. Su rostro se relajó al ver que era yo. «¡Cuánto has crecido!», me dijo.
Esta noche, mis zapatos descansan junto a nuestra cama.
Fuga
Parece que las cosas comienzan a cambiar. De la nada, mi mujer recupera el deseo perdido y me brinda la noche más intensa de la que tengo memoria. En el trabajo, el jefe me llama a su oficina y me da el resto de la semana a cuenta de vacaciones extraordinarias. «El lunes hablaremos del ascenso que está pendiente», agrega.
Hace mucho que no camino por la ciudad a esta hora. Las avenidas, apenas transitadas por unos cuantos carros, lucen vacías. El cielo —de un azul clarito, casi trasparente— permite fisgonear a pleno sol la silueta opaca de la luna y las estrellas. ¿Adónde voy? No tengo idea. Solo sé que así estoy bien y no volveré atrás.

1) ¿Cuánto hace que escribe y qué lo impulsó a escribir?
Tendría 15 años cuando escribí mis primeros textos. La ruptura con una novia fue el detonante. De pronto, me di cuenta que me era más fácil expresarme a través del lenguaje escrito, que de manera verbal.
2) ¿Qué clase de lector es? No me queda muy clara la pregunta, pero diría que soy un lector emocional y apasionado que gusta de la poesía y la prosa fantástica, impregnada de matices absurdos, pero siempre que te permita la lectura entre líneas.
3) ¿Cuáles han sido sus principales fuentes de inspiración llegado el momento de escribir –ya sean del campo literario u otros? La vida en general, sobre todo el entorno en que me muevo a diario. En un principio, aquellos sucesos que me pasaban a mí mismo, sentía la necesidad de externarlos. Después me di cuenta que podía cortar el cordón umbilical que nos unía sin ningún remordimiento. Sí, que un texto personal puede evolucionar completamente a uno impersonal sin mayor problema. O quedarse en vivencias. No tengo conflicto con ello.
4) ¿Cuando escribe, piensa en el «lector», si así fuera, quién / cómo / dónde está? De inicio no pienso en nadie, a veces ni siquiera en mí. Escribo en automático o porque quiero decir algo o porque en mi cabeza parece una idea que considero interesante. Sin embargo, ya en el proceso, un texto puede tomar diversos caminos: que la idea, en un inicio genial, naufrague o que el texto se logre pronto o después de reposar un buen rato. Durante esta etapa puedo pensar o no en el lector. Con las redes sociales y blogs, muchas veces se sube un texto en apariencia terminado, pero las diversas lecturas que se hacen de él te dicen lo contrario. Al final, todo autor busca ser leído.
5) Cuando está falto de inspiración, ¿dónde o cómo la encuentra de nuevo?¿Me creerías si te digo que siempre tengo un pretexto para escribir? No me importa adónde vaya lo escrito, lo que busco es mantenerme ejercitado. O tal vez escribo tantas cosas y las retomo otras tantas, que vivo con la falsa idea de que siempre estoy inspirado.
6) ¿Nos puede hablar un poco de los microrrelatos traducidos aquí?“Tirones” es un micro muy joven, que hace meses comenzó como poema. Yo manejaba de casa al trabajo y, de pronto, apareció en mi cabeza “las palabras son nudos en la punta del cabello”. Quizá mi subconsciente recordó la época en que peinaba a mis hijas antes de llevarlas al colegio. Me apuré a llegar al consultorio (soy médico de profesión) y me puse a escribir.“La hora del café”… no recuerdo el momento en que lo escribí, pero sí puedo decir por qué lo hice: no me gustan los funerales. Cuando yo muera, quiero ser cremado en completo anonimato, para que nadie se sienta con obligación de asistir; y que mis cenizas sean colocadas en una urna en forma de libro y depositadas en mi librero. Si fuera posible, que se me permitiera no asistir a mi propio funeral.“Bajo las sábanas”. Este micro lo escribí cuando tenía dieciocho o veinte años. Luego lo desempolvé en el taller la Marina de Ficticia. Tiene algo de autobiográfico.
“En la ópera”. Este micro lo escribí para una amiga amante de la ópera, y a la que de cariño llamo “Sirena”. El gato está emparentado con el gato que aparece al final de La espuma de los días, de Boris Vian, autor a quien admiro.
7) ¿Qué impresión le causa saber que sus textos están siendo traducidos? Me emociona, ya que permite a mis textos llegar a lectores que de otra manera no tendrían. Pero sobre todo porque en mi juventud estudié lengua francesa en L’Institut Français d’Amérique Latine(IFAL).Recuerdo que en una ocasión una profesora nos pidió escribir un texto y yo traduje un poema en prosa de mi autoría, pero Nicole —creo que así se llamaba— no me creyó.
8) ¿Qué opinión le merecen las nuevas tecnologías en lo que a literario se refiere? No estoy peleado con ellas. Todo lo que sea pretexto para que la gente lea y escriba, bienvenido. Aunque ahí todo es efímero. Al final será el tiempo quien diga qué se va y qué se queda.
9) ¿Si estuviera en el lugar de Rilke, qué consejos le daría a un «joven poeta / escritor»?¡Qué gran honor estar en el lugar de Rilke! Desde el discreto sitio que me toca, le diría a los jóvenes escritores lo que me digo a mí mismo: escribe, no te preguntes qué o para qué, solo escribe y disfrútalo. Si llegara el momento en que tú o los demás deban cuestionar y sufrir lo escrito (literariamente hablando), sigue escribiendo y disfrútalo. Hace 33 años que el objetivo primordial de mi vida es escribir.
Que gran lectura nos brindaste amigo Rubén , un saludo ¡¡¡
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Gracias Mik celebro que te haya ustqdo Jo+e Manuel es un excelente escritor amen de un cirujano pediátrico, aun joven. Abrazo.
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Excelente… muy buena narración, me atrapó
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